viernes, 26 de junio de 2009

Aros de Metal, Nombres de Piedra

...Lo que si recuerda nuestro amigo el duende Colorín, es que en aquel lugar por las noches, hacía muchísimo, muchísimo frío. Durante el día, sin embargo, lucía un sol espléndido y la temperatura era muy agradable.
El País Sin Nombre sólo tenía una ciudad, pero no como las de ahora, sino llena de casitas pequeñas, con calles de piedra, estrechas y muy empinadas. En el centro de la ciudad había una estatua, que representaba a un joven muy hermoso, de orejas grandes, que al igual que las de todos los paisinos eran sospechosamente puntiagudas. Los paisinos sentían un profundo respeto por aquella imagen, que se encargaba de buscar un nombre para cada uno de ellos y la consideraban un espíritu protector.
Cuando iban a tener un hijo, los papás, y a veces toda la familia, se acercaban a hablar con el joven de la estatua. Le explicaban los proyectos que tenían para el niño y aunque la figura no contestara, ellos sabían que los escuchaba, porque al día siguiente a sus pies, aparecía una piedrecita blanca con el nombre del futuro paisino cuidadosamente grabado en ella. La madre la recogía y se la entregaba a su hijo nada más nacer...

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